Quincy Jones, icono absoluto de la música, falleció a los 91 años. Anoche llegó el anuncio: el de una pérdida irreparable para la industria de la música y mucho más allá. Ese nombre, Quincy Jones, no sólo resuena entre quienes escuchan música: encarna medio siglo de genio, innovación y pasión.

Nacido el 14 de marzo de 1933 en Chicago, Quincy Jones es un producto puro de esta ciudad de profundas raíces, donde el jazz y el blues son mucho más que música: son una forma de vida, una resistencia, una forma de sentir el mundo. Trompetista, arreglista, compositor, ascendió de rango sin negar jamás su amor por la música auténtica, la que sale del corazón. Luego se convierte en productor y se escribe la historia. Una historia grabada en álbumes como Off the Wall, Thriller y Bad de Michael Jackson, discos que no sólo batieron récords sino que redefinieron el pop y la música contemporánea. Quincy Jones supo captar la esencia de una época, ponerle música y hacerla eterna.

Con 28 premios Grammy de 80 nominaciones y un premio Grammy Legend en 1992, Quincy Jones ha hecho mucho más que ganar trofeos. Trascendió géneros, borró barreras y unió audiencias. Del jazz al hip-hop, mostró al mundo que la música es ante todo un lenguaje universal, un puente entre culturas.

Las palabras de sus seres queridos, en su comunicado de prensa, están llenas de conmovedora emoción: “Esta noche, con el corazón pleno pero roto, debemos anunciar el fallecimiento de nuestro padre y hermano Quincy Jones... Aunque esta es una pérdida increíble para nuestro familia, celebramos la gran vida que vivió y sabemos que nunca habrá otra persona como él”. Quincy Jones deja atrás algo más que una carrera; deja un legado que inspira a cada artista, cada amante de la música, cada persona que algún día soñó con marcar la diferencia. Un modelo, una leyenda, un hombre de convicciones.

Quincy Jones era mucho más que un productor. Fue una visión de la música y del arte, un espíritu indomable que supo demostrar que la música no tiene límites, ni fronteras. En cada nota que arregló, en cada pieza que produjo, hay una parte de él, una energía que sigue vibrando.

Entonces, para quienes lo admiraban de lejos o de cerca, ¿qué quedará? Quizás un arrepentimiento por no ver más a este genio en acción, pero sobre todo una inmensa gratitud. Porque Quincy Jones nunca jugó para la posteridad. Creó, simplemente, siguiendo su corazón y su oído. Y esta autenticidad seguirá inspirando a las generaciones venideras.